Dicen que todo comienza con la crisis, pero con ello no basta para catalizar movimientos multitudinarios, capaces de convertir la frustración, la desesperación, la indignación o la tristeza en potencia colectiva, más bien al contrario. Las crisis por sí solas alimentan los fascismos y la guerra entre iguales e incrementan los niveles de desigualdad entre un abstracto y poderoso 1% y un creciente y metafórico 99%. Aun así, poco vemos de tristeza en este texto sino más bien al contrario.