Dicen que todo comienza con la crisis, pero con ello no basta para catalizar movimientos multitudinarios, capaces de convertir la frustración, la desesperación, la indignación o la tristeza en potencia colectiva, más bien al contrario. Las crisis por sí solas alimentan los fascismos y la guerra entre iguales e incrementan los niveles de desigualdad entre un abstracto y poderoso 1% y un creciente y metafórico 99%. Aun así, poco vemos de tristeza en este texto sino más bien al contrario.
Todo comienza con el 15M. Ya nada volverá a ser como antes. Un punto de inflexión donde la indignación pasa a deseo de cambio, un emergente BASTA común de toda la ciudadanía, una explosión y multiplicación de prácticas políticas conectadas que abren de arriba abajo las posibilidades de la acción colectiva y revientan los marcos teóricos y prácticos existentes conocidos entorno a la política, los partidos y sindicatos, las izquierdas y los propios movimientos en su sentido más amplio. La política como gestión común de las cosas comunes, es recuperada por la ciudadanía y la democracia se convierte en punta de lanza de un evento que marca el inicio de lo que hemos llamado un movimiento-red en tiempo de revueltas interconectadas.
Y si, Internet juega un papel central. Sin Internet no se puede entender la emergencia de todos estos movimientos que hoy van desde el norte de África hasta Brasil, pasando por Estados Unidos. Y el 15M forma parte de esto, una conjugación de múltiples factores singulares que convergen en una innovación política y en un laboratorio de acción colectiva ciudadana. El 15M se cocina en red y en la red varios meses antes de su primera expresión en la calle, y tiene parte de sus raíces en las luchas por la defensa de Internet durante los años 2009 y 2010 en España. Su arquitectura distribuida le permitió crecer y extenderse primero en manifestaciones a más de 70 ciudades y luego en acampadas en todo el mundo. Esto sólo es posible a través de una combinación de una fuerte movilización emocional, una serie de puntos y espacios comunes de encuentro (y confluencia ) on y off line, y una malla que permita conectar todo esto y al mismo tiempo difundirlo masivamente a través una reapropiación tecnológica de la ciudadanía. Esto es lo que llamamos Tecnopolítica, y no como una cuestión estrictamente tecnológica, sino como una combinación de potencias políticas ciudadanas conectadas a través de una infraestructura en red. Evidentemente, hay que reconocer los límites de estas infraestructuras, como puede ser la propiedad de la información, la seguridad, o la preservación del anonimato, pero al ser movimientos de código abierto, donde toda la producción de contenidos está a la vista de cualquier persona, este problema es superado por su propio éxito, siendo su carácter abierto causa y consecuencia a la vez. Asimismo, se pueden reconocer los límites y superarlos, sin que éstos dinamiten su potencia, a día de hoy ya más que demostrada en todo el mundo.
En el 15M y en su evolución (el 15M evoluciona y no desaparece como se quiere hacer creer), se produce una emergencia y rápida multiplicación de estas prácticas tecnopolíticas, donde permanentemente se corrigen los errores y se inventan nuevas prácticas para superar los límites que cada momento concreto pone delante del movimiento-red, desde su explosión hasta la actualidad. De manera muy resumida, primero tenemos su explosión a través de esta interacción multicapa entre el espacio urbano (las acampadas), y toda la infraestructura comunicativa que el movimiento desarrolla, a través de Twitter, de Facebook, de N -1, de blogs y streamings, a través de listas de correos, foros, y otras plataformas digitales. Todas estas herramientas se incorporan en el ADN del movimiento, convirtiéndose en artillería para las fases que lo precederán.
El 15M reemerge el 15 de octubre de 2011 y se globaliza el conflicto, se conecta con Estados Unidos, con Occupy Wall Street, en parte catalizado por españoles residentes en Nueva York que, atravesados por lo que estaba pasando aquí, inician lo que luego terminará con un movimiento que se extenderá y se multiplicará por todo el país. Con las elecciones del 20N se daba de nuevo por enterrado, y vuelve la primavera de 2012. Primero la Valenciana y después la del aniversario del 15M, con nuevas movilizaciones multitudinarias que afinan mucho más en las demandas e hibridándose con las luchas de la sanidad o la educación, dando lugar meses después a la «marea blanca» por la defensa de la sanidad pública y universal y a la «marea verde» (amarilla en Cataluña) para la educación, ante la ola creciente de recortes en los servicios públicos. Vemos surgir nuevas identidades colectivas muy fuertes y con el mismo estilo novedoso y en red como los Yayoflautas, 15MpaRato, o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que a pesar de nacer en 2008, se recombina desde un primer momento con el propio 15M en una relación indisociable simbiótica, convirtiéndose en determinados momentos en su máxima expresión pública.
A mediados de 2012 se empiezan a percibir los primeros síntomas del cierre institucional ante las demandas y movilizaciones ciudadanas, la democracia secuestrada denunciada un año antes sigue intacta. Con la experiencia del 25s y el rodeo del Congreso, se señala in situ y por primera vez, a una parte de los responsables. No es hasta la llegada de la Iniciativa Legislativa Popular para la dación en pago, el alquiler social, el final de los desahucios de La PAH y su negativa por parte del gobierno central, donde se pone de manifiesto el techo institucional impenetrable con el que se encuentran los movimientos a la hora de hacer efectivas sus demandas y el enorme muro existente entre el gobierno, con una ostentosa mayoría absoluta, y una ciudadanía cada vez más descontenta, y al mismo tiempo articulada y conectada. En este contexto, se abre de nuevo el delicado debate sobre las formas de representación parlamentaria, los asaltos electorales por parte de los movimientos, los caballos de Troya, o como estos movimientos pueden llegar a cambiar las reglas del juego y recuperar la democracia con la que se despertaba el movimiento-red en mayo de 2011. La experiencia de la Red Ciudadana del Partido X será uno de los experimentos más relevantes en esta dirección. Es una clara consecuencia del 15M y forma parte de un mismo tejido, pone en su centralidad la democracia como sentido común de la propuesta y aparece como una red mejorada, cuando intenta superar los límites organizativos de las plazas de manera distribuida y avalada por una comunidad creciente. En la liga de los intentos de capitalización de los movimiento-red y sus demandas, si que quieren entrar todos, tanto desde la vieja izquierda como desde la nueva derecha, pasando por extrañas hibridaciones que apelan a una falsa unidad de las grandes ideas. Las formas de cooperación de los movimientos-red no pasan ya por grandes dogmas ideológicos unitarios sino por conectar las prácticas en las que se ejerce la reconquista de los derechos y de lo que nos es común, como la vivienda, la sanidad, la educación o el derecho al acceso universal y la neutralidad en Internet, otro derecho fundamental a menudo olvidado. En todo caso, lo que sí se puede apuntar son algunas de las claves del éxito de los movimientos y sus contribuciones a las formas organizativas de los movimientos-red y la contribución a la democracia distribuida, a partir de la experiencia política más importante de este país que ha habido en décadas.
El 15M se iniciaba con un «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Democracia real ya «. La democracia también está en el código fuente del 15M, al igual que Internet. Las contribuciones del 15M en la democracia del futuro son hoy todavía inmensurables, pero lo que sí sabemos es que se han desplazado los límites de lo que considerábamos posible, en un momento donde las formas de organización política y en especial los partidos políticos tradicionales, se encuentran en una profunda crisis y decadencia, no sólo por los recurrrentes escándalos de corrupción, sino porque reproducen un modelo y una estructura de funcionamiento que ya no puede dar respuestas a las expectativas de una ciudadanía hiperformada e hiperconectada. Los partidos políticos son organizaciones del siglo XIX y XX, y ya no responden a las sociedades del siglo XXI, donde el conocimiento y la información están cada vez más cerca de los ciudadanos, los estados nación juegan mucha menos influencia sobre las reglas del juego político, y la economía salvaje opera de manera global sin demasiados miramientos para las consecuencias sociales que de ella se puedan derivar, y sin encontrarse ningún oposición que vele precisamente por los intereses de éste 99% del que formamos parte nosotros, las personas.
La democracia del siglo XXI y las instituciones que la hagan operativa, deben estar a la altura del reto y esto requiere una transformación radical de sus estructuras y de sus formas de operar. La red es hoy ya una variable independiente en nuestras sociedades y no se puede gobernar de espaldas a ella. Es un espacio de emancipación ciudadana, la cual multiplica las formas de cooperación entre iguales, ejerce una vigilancia desde la ciudadanía respecto a sus gobernantes, rompe con los monopolios comunicativos y da voz a la gente, proporcionando conocimiento y nueva praxis en terrenos cada vez más innovadores. La red nos enseña nuevas formas de organizarnos, nos enseña a superar los límites de la horizontalidad y la verticalidad potenciando la especialización y la meritocracia basada en una cultura del «hacer» y no de las palabras vacías, nos enseña que muchos cerebros conectados producen infinitamente más que uno de aislado, y esto posibilita que la política como gestión común de las cosas comunes, vuelva a ser una cosa del conjunto de la ciudadanía.
La democracia del futuro no pasa por un listado de soluciones técnicas o tecnológicas que solucionarán todos los problemas de la política. La democracia del futuro pasa eminentemente por recuperar su esencia a partir de abrir nuevos procesos experimentales que permitan ejercerla en su plenitud y corregir los errores y ser mejorada de manera rápida, efectiva y en tiempo real, preservando su principal axioma: la ciudadanía manda y vigila y los gobiernos obedecen. Al igual que el acceso a la información es una potencia en Internet, también lo debe ser la información pública. Se deben cumplir los requisitos de universalización del acceso a la red, otorgamiento de su titularidad común para que no pueda ser apropiada, y transparencia en la gestión de las cuestiones públicas para un control distribuido de la actividad de los representantes. La democracia del futuro será analógica y digital, no será participativa, sino distribuida, y el conocimiento experto que reside en la sociedad civil estará ponderado con sofisticados mecanismos de democracia directa. Las escalas de ciudad (o metropolitana) y europea cada vez serán más significativas a la hora de acercar la autonomía a los ciudadanos convirtiendo los municipios en laboratorios de democracia distribuida, y blindando los proyectos comunes que garanticen derechos y pongan a las personas delante de los mercados. Todavía no sabemos cómo será la democracia del futuro y tampoco sabemos cuando esto será efectivo. Lo que si sabemos es que durante los últimos tres años se ha acelerado todo a velocidades vertiginosas, y pese a las adversidades de la actual situación de crisis económica, se ha abierto una enorme brecha de posibilidades en un momento donde ya no tenemos miedo, y nos apremia la responsabilidad histórica no sólo de hacer que todo esto sea posible, sino de acelerarlo. Una nueva generación ya crece con nuevos referentes y esperanzas y el cambio mental y transversal ya opera desde hace tiempo como si de un ruido subterráneo se tratara. ¿Alguien tiene alguna propuesta mejor que vivir este proceso en primera persona?
#SoloEsElPrincipio
(*) Artículo inicialmente publicado en “Àmbits de Política i Societat. Revista del Col·legi de Politòlegs i Sociòlegs de Catalunya” en catalán, el 3 de diciembre de 2013
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