Una de las expresiones más usadas en sectores importantes del 15M durante el año 2013 fue la de «techo de cristal». La imagen hacía referencia, entre otras muchas cuestiones, a la negativa del gobierno de Rajoy a la ILP de la PAH sobre la dación en pago, el fin de los desahucios y el alquiler social. Si bien el 15M tuvo numerosas victorias, el techo de cristal venía a representar la incapacidad de los movimientos ciudadanos de afectar a ese búnker blindado que llamamos bipartidismo y cultura de la transición, cosecha del 78. El régimen no podía hacer mayor favor al 15M, puesto que obligaba al movimiento a dar el siguiente paso lógico: «El asalto institucional» –expresión usada en 2014 para explicar la nueva fase del movimiento. Visto en perspectiva, sería una mala noticia que no hubiera existido el techo de cristal. En ese caso, una dosis de regeneracionismo light, del gobierno de turno, ya fuera socialista o popular, habría conseguido que la brecha política abierta por el 15M se cerrara sin mayor coste que el de un final feliz con una eterna socialdemocracia europea por los siglos de los siglos y am… Oh wait! Esperar eso de un sistema institucional corrupto y zombi es un espejismo, o un deseo tardío de algún exministro al que se le ha torcido la jubilación premium.
Por eso en 2013 y 2014 emergen diferentes iniciativas electorales que impulsan diferentes aproximaciones con lecturas parecidas de este asalto. En una encuesta respondida por más de un millar de participantes del 15M y realizada una semana antes de las elecciones europeas de mayo de 2014, más del 50% relacionaba al Partido X y a Podemos con el 15M. Si bien los resultados de dichas elecciones fueron bien diferentes para ambas formaciones (100.000 y 1,2 millones de votos, respectivamente), ese mes se inauguraba un nuevo ciclo de desbordamiento de corte electoral, en el que coincidían los resultados de las europeas con el lanzamiento de candidaturas municipalistas en Barcelona, Madrid, Zaragoza, así como en otras decenas de ciudades.
Desde entonces, Podemos ha vivido un acusado auge y declive en poco más de un año. El crecimiento exponencial en número de círculos y apoyos en encuestas hasta enero de 2015 (en las que llega a superar la intención de voto del PP y PSOE) lo situaban como un posible vector electoral de cambio, que ponía rumbo a un buque que navegaba bien las olas y mareas 15mayistas. En este periodo, Podemos mostraba varias luces, como la participación en red que articula su organización (aunque con límites), la decisión de no presentarse a las elecciones municipales o la marcha del cambio del 31E. Pero también enseñaba sombras, algunas de promoción externa, como los ataques mediáticos que consiguen menoscabar su imagen en los casos Monedero y Errejón, y otras con responsabilidad del propio core de la organización: los cierres organizativos de Vistalegre y la desconexión con las dinámicas participativas abiertas en sus inicios, el desprecio de los movimientos de distinto tipo ya en recomposición municipalista, o la pérdida de control del espacio postmediático cada vez más alejado de su zona de confort.
Mientras tanto, el municipalismo se formaba y se desarrollaba para los comicios locales de mayo a velocidad de crucero, con múltiples formas autónomas, federadas en red, sin unificarse en un proyecto único, y reverberando todo el tiempo con el 15M y sus derivados. Con las victorias del 25M en algunas de las principales ciudades del Estado y con más de 2 millones de votos en un centenar de ciudades medias, se constataba una quirúrgica y acertada receta práctica con los siguientes ingredientes; confluencia con protagonismo ciudadano (ni coalición ni suma de siglas), alianza con (y construcción de) movimientos ciudadanos, métodos abiertos de trabajo (listas, programas, cuentas,…), combinación perfecta de plazas y redes, liderazgos híbridos (entre personales y distribuidos), y un relato afirmativo, ganador y desafiante desde sus inicios. En resumen, una declinación del modus operandi del 15mayismo, ya adolescente y en plena fase electoral.
Aun así, se solía pensar en términos lineales el ciclo que llevaría a Podemos a la Moncloa sin pasar por la casilla de salida, entendiendo las municipales como «un paso más» de este recorrido que en su día se dio por hecho con cierta ingenuidad. Se intuía que no todo sería un camino de rosas, ante los limitados resultados autonómicos, primero en Andalucía, después en varias comunidades y, finalmente, con el doble jarro de agua fría del pseudoplebiscit català. Doble, por los justos resultados cuatro meses después de ganar Barcelona y por regalarle a Ciudadanos la pole position para el 20D.
Es justo decir que no eran unos comicios sencillos, por la fuerte polarización, porque no fueron pocos los ataques recibidos por CSQEP, y porque no hubo tiempo para casi nada. Pero más allá de constatar los errores del ambiente de la fórmula catalana de Podemos-ICV-EUiA-Equo, sería de agradecer un repaso a la fórmula municipalista mencionada anteriormente, y abrir así la puerta a una autocrítica ausente y necesaria post 27S.
A Podemos se le podrían poner las cosas de cara si sabe aprovechar el paso adelante del municipalismo del cambio, empezando por Barcelona y otras ciudades catalanas del ecosistema «común»
Incluso después de la irrupción inesperada e impactante del municipalismo del cambio, éste fue ignorado en las lecturas, análisis y estrategias electorales posteriores. Lo que parecía un paso previo menor hacia las elecciones generales ha resultado ser la principal respuesta a la pregunta sobre el cambio, la regeneración e incluso el propio 15M, y me explico. A menos de dos meses del 20D, y a pesar de estar con el pie traspuesto en la parrilla de salida, a Podemos se le podrían poner las cosas de cara si sabe aprovechar el paso adelante que está dando el municipalismo del cambio, empezando por Barcelona y otras ciudades catalanas del ecosistema «común». La toma de riendas del municipalismo podría llegar a ser algo parecido a un 15M en el espacio electoral: a muy corto plazo, podría oxigenar a un Podemos con acumulación de cansancio pero, lo que resulta más interesante, podría iniciar una distribución de los centros de poder de la formación hacia las ciudades del cambio, experimentando nuevas formas híbridas de organización, una red con múltiples centros que, de maneras diferentes y no unificadas, irrumpen en común y se autorregulan, en unas elecciones que ya empezaban a oler a normalidad y, si me apuras, a pacto del neoliberalismo encubierto de cambio de corte social. Abrir Podemos significa transformar y descentralizar su manera de hacer y conseguir lo que no se hizo en Vistalegre: una recomposición distribuida con los movimientos y liderazgos de cada lugar, pero siempre en red y con un proyecto constituyente común.
No será tarea fácil. Las primera minas provienen ya del «fuego amigo», como la colonización que ha hecho IU de Ahora en Común, un acertado nombre para un desacertado proceso. Espero que no falten las voces que pongan de manifiesto este lifting de IU, que capitaliza marcas ajenas de protagonismo ciudadano y/o unidad popular y las cristaliza en vieja política antes de que empiece el juego. Tampoco será fácil desmontar a Ciudadanos, una apuesta segura y de orden de las élites económicas y comunicativas, de los que pedían a gritos que hacía falta un «Podemos de derechas», o simplemente neoliberal. Esta formación ha tenido la «fortuna» de no haber recibido ningún ataque mediático al estilo Monedero, y, tal como lo están mimando los medios, probablemente no lo reciba en los próximos 2 meses. Aun así, ya se vislumbran algunas de sus flaquezas: dejar abierto el copago sanitario, algunos casos de corrupción, o la opacidad de sus donaciones, camufladas de ejemplaridad en la transparencia.
Parece que Podemos ha decidido no abrir fuego en esa dirección y ha preferido tender una mano simbólica, en una dudosa estrategia electoral, como si la revolución democrática estuviera en manos de esta no tan nueva formación política. Que Podemos no lo haga no implica que no se tenga que hacer, y más en un momento en el que Podemos debería sentirse más que cómodo en un «uno (que son muchos) contra todos los demás». C’s nace en 2005 y Podemos en 2014 (sí, el año pasado), y nacer antes o después de 2011 importa y bastante.
Podemos se dispara a raíz de los resultados de las elecciones europeas, una fuerte vinculación con la indignación de las plazas, y un uso inteligente y afortunado de unos medios, más promiscuos que otra cosa, mientras que el crecimiento de C’s coincide con la caída de Podemos, el cariño de algunas encuestas, un pase VIP en los medios y el plebiscito catalán (donde no se les hizo ni un rasguño en campaña). C’s se articula netamente de arriba hacia abajo, controla el crecimiento de sus bases y se organiza como cualquier otro partido pre-15M, mientras que Podemos, especialmente tras Vistalegre, lo hace de arriba a abajo, sí, pero también de abajo arriba, tanto a través de los círculos como en procesos de participación y democracia interna digital, en una retroalimentación entre medios, redes y calle, como mínimo interesante.
Con esto no estoy planteando que Podemos sea la solución a los muchos males del sistema político, pero probablemente sea lo más parecido a algo que tenga suficiente fuerza para articular el desafío de la revolución democrática necesaria, a dos meses vista de las elecciones generales, sobre todo si se deja contagiar por algo de municipalismo del cambio.
Algunos ya dan por cerrado el ciclo abierto en 2011, pero ¿deberíamos desdeñar la pérdida de la mayoría absoluta del PP, un PSOE que obviamente no remonta, o la posibilidad de que ninguno de los dos partidos puedan sumar una mayoría con C’s? En este escenario probable, un pacto del bipartidismo sería su carta de defunción y no garantiza ninguna estabilidad de gobierno con el riesgo de una Pasokización de ambos partidos. Un gobierno de concentración del régimen con PPSOE-C’S tendría un coste político demasiado alto para cada una de las partes, mientras que un pacto a tres bandas, con C’s y Podemos en el mismo barco, sería una anomalía democrática inconcebible (excepto para abrir un proceso constituyente a día de hoy improbable)
Pero, más allá de la futurología de bar, se abre no sólo la posibilidad de que Podemos se reconfigure con un código mejorado para el 20D que refuerce la apuesta municipalista (que ya está demostrando su potencial de transformación institucional), sino también la posibilidad de tener una fuerte contraparte institucional en el Congreso de los Diputados, así como una estrecha alianza con los movimientos emergentes (también municipalistas) que van a seguir defendiendo los espacios comunes conquistados desde 2011 y ganando otros nuevos.
Mientras tanto, a quien espere el cambio en el malo conocido o el bueno por conocer, sólo recordarles que la recuperación es un invento de Mariano y que estas elecciones no van de votar al menos malo, sino de convertir el 20D en un plebiscito sobre el corrupto y mafioso régimen del 78 y los intentos de reflotarlo.
Artículo publicado originalmente el 28 de octubre de 2015 en ctxt